The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa

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Authors: Joe Hayes
ella ofreció pagarle el doble si hacía el cajón sin decir nada a nadie y si lo llevaba a la casa abandonada al borde del pueblo. Todos decían que esa casa estaba embrujada. Se veían luces misteriosas en la casa, decían.
    Todo quedó arreglado. Luego, la próxima vez que la muchacha caminaba por el pueblo, uno de los jóvenes se acercó para conversar y ella le dijo: —¿Conoces esa vieja casa abandonada en las afueras del pueblo? Si vas allá esta noche a las once y media, vas a ver un ataúd en la casa. Y va a haber una vela prendida en la cabecera del cajón. Si tú te atreves a meterte en el cajón y te cubres la cara con una tela, como un muerto, y pasas toda la noche acostado ahí, es posible que quiera conocerte un poco mejor.
    El joven se alegró de que por fin le prestara atención y juró hacer lo que le había pedido.
    Poco más tarde, el segundo de los jóvenes intentó hablar con ella y a él le dijo:
    â€”¿Conoces esa casa abandonada en las orillas del pueblo? Si vas a la casa a las doce menos cuarto, vas a ver un cajón en la casa. Habrá un muerto tendido en el ataúd. Si tienes valor para arrimar una silla al ataúd y rezar junto al muerto toda la noche, creo que me gustaría hablar contigo de cuando en cuando.
    El segundo también se alegró. Dijo que no tenía el menor miedo de hacerlo.
    Después, cuando se topó con el tercer joven, le dijo: —Tú seguramente conoces la casa abandonada en las orillas del pueblo. Si vas allá a la medianoche en punto, vas a ver un muerto en un ataúd. Verás otra ánima rezando en una silla al lado. Si eres bastante valiente como para vestirte de diablo, con la cara cubierta de carbón y cuernos de vaca amarrados a la cabeza, y bailas alrededor de los fantasmas toda la noche, me complacería pasar un rato en tu compañía.
    Por supuesto que el tercero también prometió hacerlo.
    Un poco antes de las once y media la muchacha fue a la casa. El cajón estaba ahí dentro, así como el carpintero había prometido. Prendió una vela en la cabecera del ataúd y luego fue a esconderse en un dormitorio de atrás para espiar.
    Efectivamente, a las once y media, el primer muchacho llegó a la casa. Vio el ataúd vacío con la vela alumbrando la cabecera. La muchacha lo vio estremecerse cuando se metía en el cajón y se tapaba la cara con una tela. Luego quedó perfectamente quieto.
    A los quince minutos el segundo joven llegó. Arrimó arrastrado un sillón viejo y comenzó a rezar en voz trémula. Las cuentas del rosario sonaban entre sus dedos.
    Por casualidad, a la medianoche en punto, el joven sentado levantó la vista y vio al diablo entrar bailando por la puerta.
    â€”¡Ay!, Dios mío —gritó—. ¡Es el diablo!
    El primer joven brincó del cajón—. A mí no me vas a agarrar —gritó al diablo. Y salió lanzándose por una ventana.
    Cuando el joven disfrazado de diablo vio al que daba por muerto saltar del ataúd y tirarse por una ventana, dio media vuelta y salió disparado de la casa.
    Los dos se fueron corriendo por el camino. El “muerto” gritaba a todo pulmón: —¡No. No! —y el diablo lo seguía pegadito.
    Pero el tercero no se levantó de la silla. Seguía rezando, cada vez más recio. La muchacha quedó impresionada. Salió de su escondite y le dijo al muchacho: —Tú sí eres valiente. Tú no corriste.
    El joven le volvió la cara pálida: —¿Cómo quieres que corra? —balbuceó—. Se me engancharon los pantalones en un clavo.
    En eso, el clavo se desclavó de la silla. El muchacho cayó de bruces en el piso y luego se levantó y se puso a correr tras los otros.
    Al otro día la muchacha contó el chiste a todo el mundo y a los tres jóvenes les dio tanta vergüenza que no volvieron a molestarla

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